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Alma Delia Murillo

03/05/2014 - 12:02 am

Pienso, luego opino

El efecto multiplicador de la ignorancia es muy superior al del conocimiento, será porque es más fácil ignorar que saber. Será porque se requiere menos esfuerzo para asumir un hecho o un dato que para cotejarlo, investigarlo, analizarlo, asimilarlo y entonces poder decir que sabemos algo y luego dar nuestra opinión al respecto. Parafraseando a […]

Alberto Alcocer beco Bcocom
<em>alberto Alcocer beco B3cocom<em>

El efecto multiplicador de la ignorancia es muy superior al del conocimiento, será porque es más fácil ignorar que saber. Será porque se requiere menos esfuerzo para asumir un hecho o un dato que para cotejarlo, investigarlo, analizarlo, asimilarlo y entonces poder decir que sabemos algo y luego dar nuestra opinión al respecto.

Parafraseando a Descartes el proceso ideal podría ser así: “Pienso, luego opino”. Sobre todo ahora, que corren tiempos en los que parece que el mundo está puesto sólo para que todos opinemos sobre él y sus aconteceres.

Lo que quiero decir, y lo digo con más tristeza que rabia, es que estamos convirtiendo esa poderosa herramienta llamada opinión pública en prejuicio público.

Ante eventos sintomáticos de nuestro modelo social, asumimos posturas y gritamos opiniones donde lo importante no es el evento mismo, sino llenarnos la boca publicando nuestros veredictos,  calificando de correcto o incorrecto; dictaminando lo que merece un castigo inclemente o lo que debe ser reconsiderado.

Pongamos por caso el tema del abuso sexual, del sometimiento sexual.

Los paralelismos de nuestro devenir son tales que a veces me parece que la inteligencia divina que rige al universo se llama sentido del humor, un sentido del humor negro, cáustico e irreverente.

Hace no muchos días nos enteramos de que Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, ex dirigente del PRI, contrataba edecanes reclutadas ex profeso para que le brindaran servicios sexuales. Hice un comentario reprobatorio al respecto en mi cuenta de Twitter que fue suscrito y bien recibido por muchos. La ofensa y la desaprobación pública ha sido total, la voz es una: “y lo pagaba con nuestros impuestos”.

La semana  pasada se difundió la noticia de que el Papa Juan Pablo II había sido canonizado y que ahora se le considera santo. También tuve a bien tuitear cuestionando el hecho de que, durante el pontificado de Juan Pablo II, Marcial Maciel hubiera permanecido impune. Hace ya tiempo (si ustedes no lo sabían se los cuento) que el que fuera portavoz papal admitió que Juan Pablo II sí fue informado en su momento de las acusaciones que pesaban en contra de Maciel.

El asunto concluyó en que Karol Wojtyla le creyó al fundador de los legionarios de Cristo que lo que se decía era falso y cerró el caso. “También es humano, a cualquiera pueden engañarlo”, eso dijeron y siguen diciendo muchos.

Vale, asumamos que así fue.

Regreso: los mismos que celebraron mi desaprobación por la conducta de abuso de Cuauhtémoc Gutiérrez luego me llamaron estúpida, me vaticinaron el infierno y me dijeron que seguramente yo era una perversa que había tenido diez abortos (vayan ustedes a saber por qué pero alguien pensó que era un gran insulto) por atreverme a señalar la incongruencia que hay en otorgar el título de santo a Juan Pablo II cuando santo quiere decir sagrado a alguien a quien, por otro lado, debemos considerar humano y disculparle sus errores.

Explíquenme y digo explíquenme, no se enojen ni agredan, denme razones: ¿por qué los seres humanos le pueden otorgar a otro humano el título de santo?, ¿no es meterse en el terreno de lo divino sin estar facultados para ello? En todo caso nombrar santo a un humano sería atribución única de Dios, ¿o no?

Pues osé preguntar y se armó la guerra de descalificaciones;  por supuesto en esta “discusión” tampoco fueron relevantes las víctimas de abuso sexual, no importó si eran niños inocentes ni se consideró el terrible hecho de que a esas almas les mutilaron la fe y la confianza.

Como tampoco importaron demasiado las víctimas del ex dirigente del PRI porque, seamos honestos, el foco no ha estado en ellas. Lo que apremia es defender la figura del Papa en un caso y linchar al político –deleznable, sí- en el otro.

¿Qué ocurre en el fondo?, ¿somos capaces de cuestionar los eventos en sí mismos o sólo nos hacen brincar de la silla los planteamientos que atentan contra nuestras propias creencias?

Recupero esta reflexión del filósofo inglés del siglo XVI Francis Bacon: “Quien no quiere pensar es un fanático; quien no puede pensar es un idiota; quien no se atreve a pensar es un cobarde”

Vayamos a otro tema, uno que por más que vociferamos afirmando lo contrario, sigue siendo un tabú con renovados alcances: el cuerpo y su desnudez. La actriz Scarlett Johansson se desnuda para la película Under the skin y le llueven las críticas despiadadas y mordaces no por desnudarse, no: sino por no tener un cuerpo perfecto. Vaya cosa. Que está gorda, que se ha descuidado, que le sobran curvas y toda clase de comentarios congestionados de prejuicios. Por otro lado la diputada Crystal Tovar usa minifalda y el mundo se escandaliza porque una diputada no puede vestir así. Supongo que hay profesiones para las que, si eres mujer, lo más adecuado sería no tener piernas; o deja tú: no tener cuerpo.

Todos: ateos, creyentes, derechistas e izquierdosos, feministas de avanzada y conservadoras amas de casa estamos llenos de prejuicios hacia el cuerpo femenino especialmente. Porque muchos de los que defendieron el derecho a la minifalda de la diputada criticaron a la actriz por no tener una apariencia más anoréxica que es lo que el canon manda.

Qué hemorragia de prejuicios.

Parece que ahora la consigna, más que aceptar las diferencias bajo nuestra raída bandera de la tolerancia, es defender a ultranza el derecho a opinar sobre lo que sea aunque con ello no hagamos más que alimentar el agujero antimateria de la ignorancia.

Todos sabemos lo que realmente ocurrió entre Ricardo La Volpe y la podóloga Alma Belén Coronado y también sabemos cómo estuvo la cosa entre Donald Sterling y V. Stiviano: se les salió lo humanos.

¿Que qué opinamos sobre ello? Puf, busquen en redes sociales y encontrarán material para escribir diez tomos de conjeturas, lecciones morales, teorías y pruebas fehacientes basadas en ese viejo método científico llamado “yo creo”.

Y el colmo: también opinamos a granel sobre la muerte.

Cada vez que escucho a alguien juzgar los motivos del poeta Javier Sicilia para estar en su lucha porque –argumentan- está utilizando la muerte de su hijo; me dan ganas de vomitar.

A mí no me han matado un hijo pero puedo imaginar que es un dolor que va más allá de lo tolerable, probablemente más allá de lo humano. Supongo que tampoco a ninguno de los que descalifican a Sicilia, por eso lo hacen con tal soltura.

¿Y la belleza de pensar? ¿Y la humildad para contemplar en silencio?

Vuelvo y volveré al tema cada vez que pueda, ¿y la resonancia de la compasión?

Pongamos por caso al hombre de la foto.

¿Y si fuera un vagabundo?, ¿qué hace ahí sentado?, ¡que se ponga a trabajar, que desocupe el espacio público al que tienen derecho quienes sí pagan impuestos, que devuelva la chamarra y las gafas que seguramente robó!

¿Y si fuera un millonario?, ¿qué hace ahí sentado?, ¡que se ponga a trabajar, que se entere de lo que es la vida cuando hay que ganarse el pan, que regale sus gafas y su chamarra de diseñador a un necesitado!

Nada, que cada vez tengo más ganas de callarme para siempre pero no me atrevo.

@AlmaDeliaMC

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